jueves, 28 de febrero de 2013

Filosofía para niñas y niños (desobedientes) / 1


1
La teoría de la percepción del miembro fantasma (Ramachandran y Blakeslee, 1988) permite conjeturar otro hito fantasmático muy distinto aunque de significativo alcance. A menos que descubramos a deshora que nuestra inventiva se encuentra fatalmente obturada, sus hallazgos consienten el traslado de la disquisición espectral al panorama educativo español.

2
La hipótesis de partida, la de un indolente ministro de Educación, Cultura y Deporte, se desvanecería al instante si el señor José Ignacio Wert se nos apareciera, en cambio, atosigado malamente por un fantasma.

3
El anteproyecto de Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa y el contenido de unas declaraciones del pasado 5 de febrero realizadas ante diferentes medios de comunicación, son los dos mojones con que deslindar la intención teórica de esta tentativa. En las citadas declaraciones el acuciado ministro Wert advertía a los futuros alumnos universitarios (y la siguiente transcripción es aproximada) que la elección de una carrera debe ser un ejercicio estratégico a cargo del educando y debe hacerse en función de la situación del empleo, seleccionando únicamente aquellos estudios que garanticen (con escaso margen de error) la obtención de un trabajo al finalizar el periplo universitario.

4
La linde es clara por cuanto la declaración abstraída respeta el espíritu de la norma. Cuando en el primer párrafo de la Exposición de los motivos de la Ley se afirma que “todos los alumnos tienen un sueño” (uno y no varios, múltiples, infinitos), al artículo indeterminado le parecen estar vedadas quimeras como, pongamos por caso uno muy kitsch, la felicidad; en su lugar un tropel de técnicas o tecnologías (que diría Foucault, pero ¿quién es Foucault para la Ley?) llegan en auxilio del yo del alumno para ayudarlo a “reconocer” sus auténticas “habilidades y expectativas” (párrafo tercero).

5
El alumno ganará en seguridad con el fin de dar un primer paso en la “lógica de la reforma”, lo que a su vez le permitirá “hacer realidad sus aspiraciones” al convertirlas (sus aspiraciones y expectativas; mismo párrafo) “en rutas que faciliten la empleabilidad [sic]”. El “nivel educativo” que la reforma va a implantar en los nuevos ciudadanos determinará, por último, “su capacidad de competir con éxito en el ámbito [nacional y en] el panorama internacional” y les abrirá “las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación” (quinto párrafo).


6
La Materia Educativa sometida a reforma tiene sin embargo un miembro fantasma y ese fantasma es la filosofía. Es muy probable que la Ley cuente con otras terminaciones, falanges y colgajos atávicos (por ejemplo, esa menudencia de la educación unisex que anteayer el estoico Zenón de Citio ya sostenía) pero este breve y circunspecto apunte tiene suficiente con atender a una sola de sus fantasmagorías, si bien no desdeña su utilidad en un futuro dictamen sobre el conjunto.

7
Habida cuenta de que la Ley elimina la obligatoriedad de la Historia de la Filosofía en segundo de bachillerato, la pregunta angular es ¿por qué José Ignacio Wert se empeña en amputar un fantasma? La apoyatura teórica del miembro fantasma basta para defender las dos opciones cabales discernibles al respecto: o bien Wert se engaña por el recuerdo de un trauma de juventud ocasionado directamente por una experiencia dolorosa en el aprendizaje de la filosofía (hecho improbable en tanto la primera muerte de la filosofía data de 1848 y es presumible que la mocedad del señor ministro transcurriera en un periodo posterior, incluso muy posterior) o bien Wert anticipa ese mismo dolor sobre la base del terror inconcreto que le genera lo que la filosofía pueda depararle en el futuro. Sea como fuera, el fantasma de la filosofía estaría perturbando a nuestro ministro con aquello que le hizo o con aquello que puede llegar a hacerle.

8
De modo que Wert percibe mal (ve fantasmas) o no discurre bien (padece idiocia) dado que no se puede matar de nuevo lo que está muerto. Matar dos veces, se sabe, es cosa que solo hacen las dictaduras y cantan los poetas. Sin el menor titubeo nosotros exoneramos al señor ministro de ese cargo (no de su petulancia). Y debemos reconocer que su anécdota obsesiva no nos importaría en absoluto (aunque sentiríamos por él una gran pena solidaria) de no ser porque el fantasma de Wert es el Calicles de Platón; por eso y por la extraña connivencia de la vocación wertiana con la muy seductora tendencia del cadáver jovial de la filosofía a la que dedicamos esta serie.

9
De una fundacional superchería neoliberal, la posición de Calicles es en realidad la que Platón pone en su boca en el diálogo Gorgias (484c-485d). Allí Calicles anima a Sócrates a dejar “ya la filosofía” si realmente quiere ocuparse de “cosas de mayor importancia” como la administración de la ciudad o la justicia. Sostiene que la filosofía está bien, “tiene su encanto”, siempre que se goce de ella “moderadamente” durante la juventud; pero si por el contrario “se insiste en ella más de lo conveniente es la perdición de los hombres.”

10
El argumento Wert de Calicles es que seguir filosofando cuando empieza a ser adulta hace a la persona “inexperta en todo lo que es preciso que conozca” hasta el punto que cuando los hombres crecen filosofando y luego “se encuentran en un negocio privado o público, resultan ridículos”. Porque mientras se es joven “no es desdoro filosofar (…). Pero, en cambio, cuando veo a un hombre de edad que aún filosofa y que no renuncia a ello, creo, Sócrates, que este hombre debe ser azotado.” Porque “en verdad, mi querido Sócrates –y no te irrites conmigo, pues voy a hablar en interés tuyo-, ¿no te parece vergonzoso estar como creo que te encuentras tú y los que sin cesar llevan adelante la filosofía?”

11
Eran otros tiempos. Los bípedos implumes que se dedicaban a la filosofía en academias y asambleas coincidían con otros muchos que la denostaban dentro y fuera de sus santuarios: todo era perfectamente idílico. No obstante es posible apreciar en una denuncia tan confiada como la de Calicles las primeras señales de decrepitud en el recorrido sincrónico de infantilización de la filosofía. Calicles penaliza el filosofar en la edad adulta so pretexto de que no aporta la experiencia necesaria para desenvolverse en los negocios públicos o privados que son la razón de ser del hombre libre. Para el adulto la filosofía es cosa de niños, de igual manera que para el joven es meramente gracioso e insignificante el balbuceo de un bebé: entiende que en adelante no podrá imitarlo sin padecer vergüenza. Él está ávido de experiencia, al tiempo que se le advierte que la experiencia está en otra parte (en cualquier otra parte que no sea la filosofía). Nunca jamás los jóvenes querrán acercarse a la filosofía. Andando el tiempo no quedará otra que vendérsela a los más pequeños.

12
Tal vez lo decisivo de la situación actual se aprecie con anterioridad en los efectos colaterales de la mor(i)bilidad contemporánea de la filosofía. Los maestros también han muerto o están siendo jubilados prematuramente; los docentes de secundaria devienen huérfanos en sus centros, sin asignaturas que impartir ni horas de docencia con que entretenerse; y es un hecho que el grueso del profesorado de filosofía no se encuentra preparado para responder con brío al desafío del mercado y del carrefour filosófico ante la eclosión de productos para niños cada vez más bellamente envueltos.

13
Quizás el proceder inane del ministro Wert no resulte ser sino la señal de la época. En el periodo post mórtem o periodo Monster High de la filosofía se dan las condiciones para que esta, exangüe e inexperta, sea hoy el más simpático y jovial de los cadáveres culturales con que entretener a nuestros hijos. En la catalogación de esta hongosa tendencia deben centrarse por tanto los primeros esfuerzos.

1 comentario: