miércoles, 13 de febrero de 2013

El antecedente. Benjamin y su constelación


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Por suerte este artículo no es el que te anuncié que estaba escribiendo sobre la exposición de Benjamin. Seguramente el malogrado original te habría escandalizado. Tenía el muy pretencioso título de Estrategia Benjamin. Tarea: interrumpir, exceptuar (I) y se parecía mucho al que escribí con ocasión del libro de Fernando aludiendo a Vallejo. Lo estaba pariendo tan grandilocuente y con el mismo aire programático de aquel, ¿lo recuerdas? Ahora que lo he orillado siento un inmenso alivio al esquivar de un plumazo un fracaso similar y creo, con sinceridad, que acometer un ejercicio igual de estéril en estos momentos no habría tenido para mí sino efectos perniciosos.

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Obviamente no puedo hurtarte los motivos que lo hacían tan inadecuado y erróneo, en parte porque varios de ellos apuntan hacia tu persona y a todo cuanto en mí se halla afectado de modo extraordinario por su irradiación. Empiezo no obstante por el propósito que, en este sentido, es el más exógeno de todos ellos. Yo quería escribir mi artículo e invocar en él de forma explícita a Eduardo García Rojas, el responsable de estas páginas. No tanto para que Eduardo-consintiera su publicación como para que Eduardo-quedara-persuadido de la necesidad de publicarme de una manera continua y definitiva, a saber, remunerada, todo lo escasamente remunerada incluso que a él le fuera posible. De ahí la lectura más egotista a que yo quería dar pie y alas con el rimbombante lema de la estrategia Benjamin, y que era a su vez la más vergonzante de las posibles: habiendo Walter Benjamin impuesto una tarea en su Tesis VIII, la tarea de crear el verdadero estado de excepción o de emergencia, y habiendo empeñado toda su escritura en la realización de la misma, ya fuera expresamente o en secreto, y constatado que mantuvo el coraje de no claudicar ante su objetivo aun en las circunstancias más precarias (tanto por el acoso de la guerra como por sus estrecheces económicas: por razones obvias yo insistiría en este segundo subconjunto), poco menos que yo iba a recaer sobre el estado de la cuestión, retomar su papel e interpretarlo de nuevo. Imagino que te vas haciendo una idea del burdo atrevimiento del que quería ser protagonista.

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Yo que ahora escribo, anoto regularmente y sigo esta vez emperrado en no rendirme pese a lo feo que se está poniendo todo a mi alrededor, iba entonces a situar en el primer punto del orden del día la revisión del estado actual de la tarea Benjamin, diseñando a tal fin toda una estrategia. Como se me había brindado la oportunidad de asaltar libremente este espacio, lo iba a convertir en mi tribuna. Dada mi inveterada incapacidad de emprender o proyectar empresas de mayor envergadura, transigí ante las propias razones que me daba para simular hacer  “crítica de libros” sin necesidad de llegar a publicar “cosas malas” (Libro de los Pasajes, Akal), igual que hizo Benjamin en su época. De modo que me presentaba ya como un Benjamin enteramente renacido y, salvando las distancias, venía a reclamar para mí el derecho de arrogarle a mi escritura un medio ambiente igual de precario y harto probado, pero haciendo gala de mis nuevos recursos. Escribiría una serie de trece artículos con vistas a tomar el pulso a la tarea Benjamin. Puesto que se trataba de esto último pero también de revalidar mi condición de escritor, el número total era un guiño al apunte de Calle de dirección única, ‘Sobre la técnica del escritor en trece tesis’, y, por lo mismo, un ejercicio público de escritura, casi una oposición. Mi compromiso y mi oferta a Eduardo consistían, pues, en escribir trece artículos en trece tesis. Le adelantaba incluso su relación: 1. Estrategia Benjamin. Tarea: interrumpir, exceptuar (I); 2. El gesto de la infancia. Interrumpir, exceptuar (II); 3. Niñas, niños y libros resistentes. Interrumpir, exceptuar (III); 4. Lo que es la regla. Interrumpir, exceptuar (IV);  5. Lo que es la excepción. Interrumpir, exceptuar (V); 6. Catálogo de suposiciones.  Interrumpir, exceptuar (VI); 7. Lo que es la verdadera excepción. Interrumpir, exceptuar (VII); 8. Casuística del desempleo y la pobreza en Canarias. Interrumpir, exceptuar (VIII); 9. Observatorio Permanente de la Deshumanización. Interrumpir, exceptuar (IX); 10. Casuística de la literatura disidente en Canarias. Interrumpir, exceptuar (X); 11. Compromiso y acción débil. Interrumpir, exceptuar (XI); 12. Contra la literatura. Interrumpir, exceptuar (XII); 13. Taxonomía de la esperanza. Interrumpir, exceptuar (XIII).


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El primero de la serie era el que debía cubrir la exposición de Benjamin y tenía que ser realmente convincente, poco menos que avasallador. Como iba a superar el número de palabras sugerimpuesto por Eduardo para mi primera colaboración, el texto era alevoso incluso en su factura, y se ensañaba en su maniobra por ocupar un lugar preponderante en las ocho caras de El perseguidor. Era evidente que apostaba por recibir un espaldarazo definitivo, y era sordo a cualquier prevención o premonición del más remoto fracaso. No tener a mano otra cosa es cierto que coadyuva a alentar y mantener una indiferencia semejante respecto de los resultados más probables. Noah y yo pasamos desde hace meses todas las jornadas juntos, a lo sumo leemos y subrayamos, la tesis permanece en suspenso, mi diario está dejando de ser franco, y en la tarde de ayer me entrevistaron en un supermercado con vistas a cubrir vacantes durante la campaña de verano, sin ninguna garantía de poder acceder a alguno de los puestos que serán ofertados. Ahora bien, como siempre que hasta el momento he intentado hacer algo parecido, el resultado estaba siendo prácticamente ilegible, un enésimo engendro, nuevamente un producto de uso y consumo doméstico. Aunque convivo con la muy personal y dañina intuición de que esa martirizante manera de escribir terminará por descollar un día, es infamante contrastar la marabunta de indicios futiles, pasos en falso o contravenidos, parches, pertinaces embustes, con las pocas obras que en la otra orilla han demostrado ser de naturaleza imprescindible. Por ejemplo, de los libros que hubiera querido plagiar antes de la treintena, escogería siempre en primer lugar las “Tesis” Sobre el concepto de historia de Benjamin. Nadie lo sabe (tampoco es cosa loable ni interesante) pero en la segunda de las vidas que vivo, la vida del injerto o del hombrecillo que soy agazapado dentro de mí, mi única misión de relevancia es la de desentrañar los secretos de esa escritura centelleante. Desgraciadamente, mi mente ordinaria es desorganizada e inconstante, ha sido innumerables veces fragmentada, no logrará jamás hacer un aporte a la verdad del sufrimiento.

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Mis dudas acerca de si, una vez publicado el dichoso artículo, acabaría obteniendo el fin particular y estratégico que me había propuesto respecto de Eduardo y de este diario, no explican por sí solas (aún menos tras mi admitida displicencia) el que no haya sido capaz de llevarlo a término. Tu papel ha sido mucho más decisivo y ha socavado buena parte de mis aspiraciones, habiéndolas colmado a todas de matices perfectamente ilegítimos. Eso fue, en realidad, lo que me hizo abortarlo y empezar de nuevo. Sin embargo el principio es el mismo. Más exactamente, es el principio que se soslayaba en el original fallido y que hace de esta versión una réplica más aproximada a la verdad. Desde que publiqué mi artículo sobre Enrique Vila-Matas en este mismo lugar me han rondado los remordimientos y ni siquiera me he atrevido a preguntarte sobre ellos. Al principio eran vagos pero con el paso del tiempo se han vuelto mucho más precisos e irreductibles. Te desconcerté, lo manifiesta tu silencio, con mi interés por alguien tan evasivo y literario como Vila-Matas. Te incomoda, estoy convencido de ello, el uso que el autor barcelonés hace del perfil más shandy de Benjamin, y debió de exasperarte mi inciso un tanto frívolo sobre el gusto suyo y mío por la miniatura. Este detalle me pasó completamente desapercibido al enviarte el texto por correo. En cambio sí fue intencional la pose de mi personaje vilamatiano contemplando desde la altura de su apartamento las manifestaciones de la última huelga general. Quería que fuera una clave de mi regreso que discutiéramos la raíz de mi actual inacción política, y pensaba que en tu foro interno me lo echarías en cara a partir de esa señal indolente. Como ves, fui yo quien cocinó tu malestar conmigo.

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Puedo señalar los tres diques, involuntariamente erigidos por ti, que han supuesto la repentina contención, por no decir el prematuro epitafio, de la estrategia Benjamin. Que no vinieras a la presentación de A child was born. Planeé la ocasión, y la trampa nunca habría fallado. Era faltar al decoro que lo hicieras tú, pero tú venías, hablabas de él, y yo te dejaba equivocarte. Soportaba flemático el chaparrón para después, empapado, borracho de halagos, responder a ellos con la verdad. (He visto un poco tarde que este móvil de la verdad habría sido el más apropiado para atraer a Eduardo hacia mí.) Estimadas, estimados, decía yo alzando la voz, gracias a vuestra presencia esta noche tengo el valor de confesar algo que estando a solas en compañía de mi amigo nunca me atrevería a decirle: me exige tanto su amistad, me hace ser tan inflexible conmigo, que a veces pienso no poder soportarlo; no haber podido.
   
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Que escribieras tú también hace unos años un artículo sobre Benjamin, el que está recogido en tus Istmos de la periferia. No es para nada extenso, lo escribirías de un tirón, tal y como yo nunca consigo. Además es bastante impetuoso, contestatario, seguramente respondió a algún suceso puntual extrapolado de la cargante atmósfera de homenajes y conmemoraciones. Yo fabulo que me intuías y que por eso fuiste tan intransigente con lo que haría. Decías: “una mera repetición de la filosofía de la historia de nuestro pensador sería demasiado sospechosa de abstracción sin compromiso o de neutralización académica. Hay que ponerla en marcha. Por ejemplo, porque en su concreción nos va la vida cotidiana”, y dirigías tu mira a la historia y la realidad de Canarias. Habías cogido un alfiler; lo que permanece clavado en el tablón soy yo, que amarilleo.
   
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Que la estrategia Benjamin no logre, en lo esencial, sino servir de adminículo a la moda Benjamin. Una nueva demostración, por consiguiente, de la desfachatez de asumir la tarea en según qué circunstancias, dado que en términos absolutos nada le es más inapropiado a la tarea que el cálculo estratégico. Escribiste: “La moda Walter Benjamin, es decir, su traición, resulta insoportable”. Y más adelante aportaste incluso la prueba con que desenmascararla: “rastrear si tienden su mano [historiadores y artistas], aunque fuera en secreto, a los desplazados sin sombre”. (Aquí espero haber evidenciado que no he terminado mi artículo porque estaba reescribiendo el tuyo; fabricándome un parapeto.)
¿Puedo defenderme, puedo todavía suscribir una tarea sin ser sospechoso de los ominosos crímenes que he cometido?

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Fuimos los cuatro a ver la exposición, aunque mediada la visita María y Noah hicieron un alto para pasear fuera del museo y dar cuenta de la compota. Le hice una fotografía a Dan debajo de la de Benjamin en la Bibliothèque Nationale, aparentando que leía sus notas micrográficas. A Dan no le cuesta ningún trabajo teatralizar estos simulacros, pero yo le fotografié con tanta prisa y embarazo que la foto quedó mal encuadrada y tiene un reflejo que la hace inservible: por eso no te la mando.

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Puede que leyera instintivamente VaBe, la novela trina de Slava Goić, con el ánimo de contrarrestar todos tus recelos. Cuando traza su retrato del personaje Benjamin, Goić tampoco renuncia ni se inhibe al abundar sin reparos en aquellos aspectos más esnobs de la personalidad y las costumbres benjaminianas. El flâneur, el shandy, el trapero, el coleccionista, el miniaturista, es cierto que todos los Benjamin de Benjamin salen a relucir a lo largo de sus cerca de setecientas páginas y, en cambio, todos palidecen sin remedio frente a la minuciosa reconstrucción o la refinada arqueología de los argumentos de izquierda contenidos en las “Tesis”, quizás la mayor empresa narrativa en que se haya embarcado hasta ahora Goić . Es otro libro que no habré podido escribir ni plagiar, y que no sé si habrás leído.

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Viendo durante estas semanas los carteles en los escaparates de los establecimientos más insospechados de Santa Cruz, he pensado a menudo en el recorrido inclasificable de Benjamin por los museos. Me aturde la imagen del coleccionista coleccionado, colectado. Cuando los veo revivo dos impresiones mías de hace tres años, durante mi visita al Mémorial de la Shoah en el barrio parisino de Le Marais. La primera me asalta frente al programa de actividades y el calendario adjunto de los voyages de mémoire al campo de Auschwitz-Birkenau. Son viajes de una sola jornada a razón de 360 euros por persona y es una actividad desaconsejada a menores de 15 años. Recuerdo que tenía muy reciente cómo había relatado Reyes Mate (Por los campos de exterminio, Anthropos) la experiencia de su visita a los campos. Ya entonces pensé cuál sería la mía, en qué trance me colocaría, cuánto tardaría en hacer ese viaje. Esta pregunta por el tiempo tenía una clara indicación u orientación personal: antes, con María; o después, con ella y con ellos. Resolvimos que después.
    La segunda es ante los uniformes, las estrellas, el cabello humano. ¿Hace falta exponer esto así? ¿No tiene algo de impúdico contemplarlo estando vivo y dichoso y sano? De regreso al estudio he perdido el habla y las fuerzas parece que también van a abandonarme. Ejecuto mis acciones en el metro como un autómata, con la mente en blanco. Salvo este rótulo, de Benjamin, como una punzada: “Nada que decir. Solo mostrar”. Al entrar, le entrego mi silencio a María, que lo custodia pudorosamente.
 

Ambas impresiones, recreadas a cierta distancia temporal, las puedo completar sentado frente a la pantalla con palabras de supervivientes como Ida Grinspan (Yo no lloré, Anthropos: lo ha traducido Andrés) acerca de la transformación de Auschwitz; recuerdos empantanados en la emoción sobre la pertinencia de coleccionar y mostrar según qué cosas: “Auschwitz es ante todo un museo. La primera vez que regresé debí desmayarme en la gran sala donde se ve un inmenso montón de cabellos. Me percaté de que tenían que estar necesariamente ahí los cabellos de mi madre”.

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Si en el primero refería algo de los contenidos de la exposición, en este no, y además descubro que no es algo que yo pueda hacer. Me explico. Tengo interés en hacerlo, (imagino que) nadie podrá alegar lo contrario. Pongo lo mejor de mí al intentarlo. Pero ¿a quién podrían interesarle mis reseñas o críticas de eventos culturales, su genotipo? Me cuesta horrores, primero, comprender lo que leo, lo que veo, lo que escucho, como para después tratar de relatárselo a otros. En puridad, recupero anuncios, redacto los avisos que ya fueron redactados, pero lo hago ahora, después. No sé comentar sin encenizar mis comentarios. (He usado el verbo porque anoche leímos poemas de Juan, por primera vez: me gustaría que se lo dijeras). No tengo para mirar sino ojos que no son míos o me son ajenos, de ahí mis dificultades. Luego, cuando lo confirmo una vez más, me quiero interrumpir pero me atollo (Vallejo), y entonces repito, me repito: me reproduzco.

13
Desde luego que la tarea no está siendo en nuestro presente desatendida, aunque, como tal, la tarea no existe o no se la aprecia por ninguna parte. Las y los desobedientes, indignados, resistentes, prueban sin embargo, y en absoluto menosprecian, esta irrealidad, pues tiene para ellos un riguroso significado: que esté sucediendo lo que parece no suceder, es un acontecimiento con un alto poder demostrativo. “Nuestras derrotas no demuestran nada”, escribe Brecht; salvo el valor de una prueba secreta, la creación clandestina e inviolable que exceptúa, para interrumpir, la derrota, el olvido o la humillación.
    Cuando escribí este párrafo abandoné fulminantemente la escritura de la primera versión. Ahora, reincido. Descuenta el rubor. Me faltan tus fuerzas, el brío del que carece mi perseverancia. Necesito que nos veamos y hablemos. Para continuar.




(Artículo publicado, con leves modificaciones, en el Diario de Avisos, miércoles 20 de junio de 2012.)

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